La
Edad Moderna es el tercero de los periodos históricos en los que se divide
tradicionalmente en Occidente la Historia Universal, desde Cristóbal Celarius.
En esa perspectiva, la Edad Moderna sería el periodo en que triunfan los valores
de la modernidad (el progreso, la comunicación, la razón) frente al periodo
anterior, la Edad Media, que el tópico identifica con una Edad Oscura o
paréntesis de atraso, aislamiento y oscurantismo. El espíritu de la Edad
Moderna buscaría su referente en un pasado anterior, la Edad Antigua
identificada como Época Clásica.
El
paso del tiempo ha ido alejando de tal modo esta época de la presente que suele
añadirse una cuarta edad, la Edad Contemporánea, que aunque no sólo no se
aparte, sino que intensifica extraordinariamente la tendencia a la
modernización, lo hace con características sensiblemente diferentes,
fundamentalmente porque significa el momento de triunfo y desarrollo
espectacular de las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna
se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades
políticas que lo hacen de forma paralela: la nación y el Estado.
En
la Edad Moderna se integraron los dos mundos humanos que habían permanecido
aislados desde la Prehistoria: el Nuevo Mundo (América) y el Viejo Mundo
(Eurasia y África). Cuando se descubra el continente australiano se hablará de
Novísimo Mundo.
La
disciplina historiográfica que la estudia se denomina Historia Moderna, y sus
historiadores, "modernistas" (aunque no deben confundirse con los
seguidores del modernismo, estilo artístico y literario, y movimiento religioso
(Modernismo teológico), de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX).
En la literatura
latinoamericana la expansión española del siglo XVI se manifiesta
preferentemente en los testimonios de los cronistas que relatan sus
experiencias, en donde se observa, más que una preocupación artística, un deseo
de contar unas aventuras de por sí fascinantes y las impresiones ocasionadas
por el mundo americano, un hipotético paraíso terrenal.
En un período de
aproximadamente ciento cincuenta años (1600-1750) predominó en la literatura
hispanoamericana el estilo barroco donde Góngora, Quevedo y Calderón de la
Barca son los autores de mayor influencia en la literatura de esta época.
La crisis del sistema
colonial se acentúa en el siglo XVIII y la segunda mitad de la centuria en
Latinoamérica se caracteriza por el surgimiento de movimientos anticoloniales
que fueron el desencadenante del proceso independentista. En efecto, hacia 1830
la casi totalidad de los países de Latinoamérica habían logrado su
independencia.
La segunda mitad del
XVIII, etapa intermedia y de transición con el Barroco, está caracterizada por
la presencia del estilo rococó, poco productivo en el ámbito literario.
El Neoclasicismo se
desarrolla en América en la primera mitad del siglo XIX. Cerca de cuarenta y
cinco años, aproximadamente entre 1845 y 1890, duró la vigencia del
Romanticismo en la literatura latinoamericana. Una vez que la mayoría de los
países latinoamericanos lograron su independencia, vino un período de
consolidación de los diferentes nacionalismos. Esto implicó una preocupación
por establecer estructuras políticas, económicas, sociales y culturales acordes
a la nueva etapa que se estaba viviendo. En este contexto, el movimiento
romántico trascendió lo meramente literario y se constituyó en el signo
distintivo de la nueva realidad latinoamericana. El costumbrismo es la nota
predominante de estos años de vigencia romántica, pues sirvió de pretexto a
poetas, novelistas, dramaturgos y ensayistas para criticar y satirizar a una
sociedad que atravesaba una etapa de grandes cambios y que se apegaba
peligrosamente a modas extranjeras. Producto de esta situación, la mayoría de
los países latinoamericanos viven una efervescencia literaria que se traduce
principalmente en la creación de literaturas nacionales y, por consiguiente, en
la presencia de autores representativos de esta modalidad.
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